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Palma
Palma monumental
Palma despliega sus encantos tanto de día como de noche. Su cara marítima rezuma historia a través de edificios tan emblemáticos como la Almudaina y la Catedral, todavía protegidas por las murallas medievales.
CIUTAT DE MALLORCA
Palma es una ciudad monumental que desde sus orígenes ha vivido de cara al mar, y por ella han recalado diversas culturas que han dejado su impronta, sobre todo árabes —que la llamaron Madina Mayurqa— y cristianos, que conquistaron la isla en 1229. El centro histórico conserva un marcado trazado medieval, y la mejor manera de recorrerlo es partiendo de la imponente Catedral de Mallorca, conocida popularmente como La Seu, el mejor mirador sobre la grandiosa bahía de Palma.
Bajo la vieja muralla se encuentra ses Voltes, recinto militar transformado en espacio escénico y expositivo, y el parc de la Mar, pulmón urbano muy concurrido por la gente local. Junto al templo se yergue el Palacio de la Almudaina, antiguo palacio árabe, posteriormente cristianizado y reformado, delimitado en la parte marítima por la muralla que protegía la ciudad.
A sus pies se extienden los jardines del Hort del Rei, con juegos de agua, bancos para disfrutar del ambiente y esculturas de artistas como Subirachs o Joan Miró. Estos jardines conectan con el céntrico passeig des Born, bulevar encabezado por dos esfinges de piedra y flanqueado por árboles, animada zona comercial que desemboca en la avinguda de Jaume III, donde se encontrarán tiendas de primeras marcas de ropa, complementos y unos grandes almacenes.
En la cercana plaça de Weyler se levanta el Gran Hotel, una de las muestras más importantes del Modernismo, convertido en un espacio expositivo. Junto al Teatre Principal unas escaleras desembocan en la plaça Major, amplia plaza porticada donde convergen calles comerciales como Sant Miquel, Sindicat y Colón. Esta última conecta con la plaza de Cort, corazón administrativo de la ciudad, presidida por el Ayuntamiento y la sede del Consell de Mallorca, buena muestra del neogótico mallorquín. En los alrededores se encuentra la iglesia de Sant Francesc —joya gótica con claustro donde reposan los restos del erudito mallorquín Ramon Llull—, los Baños Árabes, el Museo de Mallorca, el Parlamento de les Illes Balears y el Palacio March.
Conviene perderse sin rumbo fijo por las calles estrechas y sombrías de esta zona de la ciudad, que obligan a levantar la vista para contemplar austeros pero imponentes palacios, edificados por la vieja nobleza y burguesía mallorquinas. Si algo singulariza a estos edificios son los patios, espacios interiores con trazos góticos o renacentistas, con escalinatas y ventanales, en los que todavía se respira un aire señorial.
La cara marítima de la ciudad se puede recorrer a pie o en bicicleta por el largo passeig Marítim que conduce hasta los barrios marineros de es Molinar y es Portitxol. Frente al Real Club Náutico de Palma se alza la Llotja, edificio gótico convertido en sala de exposiciones, rodeado de una animada zona de bares y restaurantes.
Consulta aquí la información relacionada con los horarios de apertura y precios de entrada de las principales visitas de interés.
LA CIUDAD DE LAS DELICIAS
Mercados, bares, hornos y restaurantes convierten Palma en la ciudad de las delicias. La cocina tradicional, la internacional y la vanguardista se nutren de los mercados urbanos, donde llegan cada día productos frescos procedentes de la tierra y el mar de Mallorca.
Para conocer una ciudad es imprescindible visitar sus mercados, espacios de cultura gastronómica por excelencia. Los más emblemáticos son el mercado de l’Olivar y el de Santa Catalina. También constituyen un buen lugar para tomar un aperitivo o comer.
Palma es una ciudad rica en hornos antiguos, algunos con más de cien años de tradición. Siguen elaborando como antaño panades (pastelito salado relleno), cocarrois —estos en forma de media luna y rellenos de verduras como coliflor y acelgas, pasas y piñones— y todo tipo de cocas saladas. En la sección dulce brilla con luz propia la ensaimada, junto con la coca de albaricoques y los crespells, pastelitos en forma de corazón o estrella.
Los alrededores de la Llotja constituyen una de las zonas con mayor presencia de restaurantes y bares de copas. También el barrio de Santa Catalina —antiguo núcleo de pescadores— se ha convertido en un lugar cosmopolita profuso en pequeños locales de cocina vanguardista, exótica e internacional. Los platos tradicionales se degustarán sobre todo en los cellers, antiguas bodegas donde se preparan recetas mallorquinas como el tumbet —plato estival a base de berenjena, patata y pimiento rojo—, o las sopes, sabio recurso para aprovechar el pan seco combinándolo con verduras de temporada. Uno de los platos más sencillos y cotidianos de Mallorca es el pa amb oli, pan untado con tomate, aceite y sal, que se acompaña con quesos y embutidos locales, aceitunas amargas y un buen vino tinto.
LA GRAN BAHÍA DE PALMA
La ciudad vive de cara al mar, y los palmesanos frecuentan sus playas urbanas, dotadas con todo tipo de servicios, rodeadas de una profusa oferta de restaurantes, bares y beach clubs. A las más alejadas del centro urbano se puede acceder en autobús o en vehículo particular.
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